La gestión cultural suele ser mirada desde el ámbito de la administración. Si bien esto es absolutamente válido y correcto, su definición queda orientada solo hacia lo burocrático, cuando su accionar requiere además de imaginación, creatividad y pasión en la tarea encomendada.

Escribe Gustavo Contreras Bazán


Hace ya algunos años, la Editorial Ciccus publicó el libro “La (indi)gestión cultural / Una cartografía de los procesos culturales contemporáneos”, con una serie de artículos recopilados por Mónica Lacarrieu y Marcelo Álvarez en el que ofrecían un amplio panorama de la gestión cultural de ese momento. Más allá del contenido del libro (que cuenta con aportes de George Yúdice, Ana Wortman, Toni Puig y Alfons Martinell Sempere, entre otros) me pareció un acertado título para entender de qué hablamos cuando hablamos de gestión cultural.

Si partimos del concepto de cultura, vamos a encontrarnos que existen tantas definiciones como autores han escrito sobre ella. A mediados del siglo XIX cuando surge la antropología como ciencia se produce un cambio conceptual  sobre cultura que nos permite entender los procesos que nos atraviesan en la actualidad. Por ello siempre resulta importante fundamentar con claridad desde qué concepto de cultura partimos para poder comprender nuestras propuestas. Héctor Olmos la relaciona con el cultivo de la tierra (cultus) con todas sus implicancias, y como un hecho social que transcurre en la vida cotidiana que incluye la participación social. Gilberto Gil, exministro de Cultura de Brasil la define lúcidamente como: “el sentido de nuestros actos, la suma de nuestros gestos, el sentido de nuestras maneras”.

Gestar es producir hechos, hacer, mostrar, es decir, siempre ligada a una acción.

Si unimos cultura + gestión, se nos abre un inmenso abanico de actividades en donde extrañamente, hay quienes realizan muchos trabajos y que no saben que de alguna manera están haciendo “gestión cultural”. Mirada desde el concepto tradicional que definía que cultura es todo, en cada actividad, en cada uno de nuestros actos estamos haciendo de alguna manera gestión cultural. Por ello es imprescindible situarla en aquellos procesos de intervención, mirándola desde la promoción y participación de las culturas populares, atendiendo necesariamente a los sectores contemporáneos que, sin perder sus respectivas identidades, van nutriendo lo que somos hoy. Es decir que tenemos que entender a la cultura como un proceso y a las actividades propuestas, como herramientas de transformación que mejoran nuestra calidad de vida, y que además se amparan como un derecho cultural dentro de la Declaración de los Derechos Humanos.

En nuestra provincia tenemos innumerables ejemplos de buenas gestiones a lo largo del tiempo: las ferias (del libro y de la música), la fiesta del teatro, la tarea que realiza ARDIC y los coros, las gestiones de las bibliotecas populares, las valiosas experiencias de museos y más recientemente en el tiempo, numerosos ejemplos de actividades y espacios independientes, de distintas instituciones y en diferentes campos: artes visuales, danza, folklore, investigación, centros culturales, que van dejando una profunda huella y que siguen creciendo con el tiempo.

Por ello resulta indispensable la formación, para que desde la gestión de manera sistemática se puedan abrir nuevas puertas que nos permitan entender el mundo que nos toca vivir y que diariamente impactan en nuestras actividades cotidianas.

Generar propuestas innovadoras pero que se amparen en el conocimiento de todas sus variables (sociales, políticas y económicas) que colaboran al mismo tiempo, superar instancias de marginación y exclusión en nuestras sociedades.

La gestión cultural como campo profesional es la expresión de la necesidad de un capital humano en el marco de políticas culturales, tanto del ámbito público y privado como del llamado “tercer sector”. Y necesariamente se alimenta desde las necesidades y expectativas de las diferentes expresiones, en la búsqueda de la excelencia y la calidad de sus proyectos. Entendida así, la cultura con una buena dosis de gestión nos ayuda a fortalecer las propuestas, nos alimenta el alma, y evitamos, tal como señalaba al principio, librarnos de intentos que solo logran indigestarnos.


La Rioja, 02 de enero de 2018