El arte de coleccionar no es una actividad que se pueda ver fácilmente como algo apasionante y venturoso, más bien todo lo contrario, y sin embargo me animo a afirmar que este hobby es una gran aventura. Sobre todo si se colecciona en La Rioja.

Escribe Germán GordilloPUENTE ALADO


Hace poco más de un año decidí embarcarme en una travesía un tanto atrevida que empezó con El Fin. Y no estoy hablando de un desenlace anunciado sino de “Cuatro Fantásticos: El Fin”, una historia que forma parte de la “Colección Definitiva de Novelas Gráficas de Marvel”, publicada por Editorial Salvat en formato tapa dura.

Esta colección está compuesta por 60 (hoy 120) tomos compilatorios de historias memorables del universo de Marvel que inspiraron el universo cinematográfico que en mayo cumple 10 años en la pantalla grande. En las páginas de esta selección se pueden encontrar temáticas maduras que contradicen el prejuicio de las historias de niños que protagonizaban los personajes superestrella de la editorial, temas como discriminación, segregación, violencia de género y alcoholismo, entre otros.

Aquí yace la verdadera riqueza del cómic, cuando se explora “el lado humano” de los superhéroes en un cambio de enfoque donde estos dejan de ser parte de historias superficiales y empiezan a abordar una temática madura de manera explícita como cualquier otro género literario.

Para un amante de los superhéroes este tipo de contenido es oro convertido en una barra de chocolate, así que me zambullí de cabeza en la travesía de juntarlos todos, sin tener ni idea de la cantidad de aventuras que se me venían por delante. “¿Qué tan difícil podría ser?” me pregunté. Resultó ser que ser coleccionista en nuestra provincia no es tarea fácil, y estoy hablando de ser coleccionista de cualquier tipo, pero así es como lo experimenté desde mis zapatos. Una vez leída mi primer historia, tomo número 46, la emoción fue profunda y despertó en mi la sed de buscar otra historia más, quizás dos. Después tres más y luego otra más, pero fue ahí, en ese momento, que mi corazón consumista se agrietó un poco, al sentir por primera vez el aroma rancio de la realidad.

Mi lugar predilecto para adquirir cómics era, a mi conocer, la única comiquería de la ciudad, y el stock disponible era un número modesto de libros tapa negra; unos 30 o más con alguno repetido. Al pasar una y otra compra, los tomos desaparecían aleatoriamente pero las novedades no parecían llegar, lo que mi curiosidad confirmó tras preguntar, que efectivamente no llegarían tales novedades. Es que, empezar tarde una colección quincenal de 60 tomos en una provincia lejos muy lejos como la nuestra no es una buena idea para impacientes como yo, por lo que tuve que recurrir a otras alternativas del primer mundo.

Empecé a consultar foros, grupos de Facebook, blogs, cualquier recurso disponible en internet para hacerme de los cincuenta y tantos libros que me faltaban. Esa era la parte emocionante de la aventura y fue un colectivo de sorpresas que me sacaron de la zona de confort de ir al kiosco a comprar una revista.

Internet fue la herramienta clave para conectar con el resto del mundo comiquero. Busqué todas las opciones que pude para conseguir libros usados en buen estado, que se habían leído solo una vez pero cuyos dueños estaban en provincias como Buenos Aires, principalmente. El verdadero problema era que no todos los vendedores acceden a enviarle encomiendas a desconocidos que viven a 1000 kilómetros de distancia; y lo mismo pasó con gente de otras provincias. Pero como en toda aventura, siempre aparece alguien que salva el día: en mi caso fueron familiares, amigos y conocidos que accedieron a ser un nexo con los vendedores, y hasta hubo completos extraños que entienden tu pasión y te hacen la gauchada de facilitarte el transporte. Como la vez que cerré trato por 28 libros sin envío, y sin embargo, después de un turbulento viaje de bolsos rotos, la encomienda de 13 kilos llegó a destino gracias a las casualidades y a la generosidad del prójimo que también pasó por lo mismo alguna vez. Y ni hablar de los tomos difíciles de conseguir, que aparecían en el último rincón de la Argentina, y recorren todo un camino para llegar hasta nuestra tierra riojana. Y sobre todo, si juntarlos ya era suficientemente difícil, el otro tema era pagarlos, en especial cuando se agregan gastos de envío o el precio agregado que injustamente tienen algunos tomos difíciles de conseguir.

Los últimos tres tomos que completaron mi colección de 60 pusieron a prueba mi paciencia. La oferta llegó desde Jujuy, tres tomos que podían salir en encomienda “dentro de una o dos semanas”, que viajaron desde nuestro norte argentino hasta la provincia de Córdoba para encontrar las manos de un amigo riojano acunado en la docta, y luego esperar a que las mesas de finales den tregua para poderse venir al pago a terminar el año compartiendo una sidra en familia. Fueron los dos meses más largos de mi existencia, pero valieron la pena: la colección estaba completa (La primera parte al menos; a las dos semanas se empezó a publicar una expansión de 60 tomos más pero mi corazón no pudo soportarlo).

El desgaste que ocasiona el desafío de coleccionar en nuestra provincia de La Rioja puede ser un tanto desmotivador si consideramos la falta de diversidad cultural como un obstáculo decisivo. Diversidad que, a mi parecer, va ocupando terreno silenciosamente y se agranda con cada aventurero que decide aceptar el desafío de estirar el brazo un poco más allá de lo que ya conocemos.

Es gracias a ellos que nuestra cultura está abrazándose con nuevas formas de expresión cultural, desde la palabra, la música o lo culinario, que comprueban que las posibilidades son vastas y que solo hay que buscarlas con un poco más de ganas. Y fé, por supuesto. “Creer” es el ingrediente secreto de la receta para hacer que las aventuras en las que nos embarquemos tengan siempre un buen final, y sobre todo un buen principio.

 

La Rioja, 07 de febrero de 2018