Sí, la violencia duele, pero también incómoda ¿A cuantxs no nos pasó estar frente a un relato donde una mujer desnuda su sometimiento físico, verbal, o psicológico, y sentir que no queremos escuchar más? La polémica que generó hace unos días la premiación del cuento titulado “Yo mujer» de Mercedes Coni Molina en el concurso de microrrelatos “Te cuento la chaya», puso en evidencia esa incomodidad.


El arte (casi) siempre acompaña lo que la realidad va marcando. Pero quizás muchas personas no están preparadas para consumir ese arte. Seguramente muchos y muchas se preguntaron en los días sucesivos a la polémica del concurso organizado por la Secretaría de Cultura si era correcto ese resultado; si estaba planteado en las bases; qué analizó el jurado y quiénes eran “el jurado”; si realmente “el jurado” conoce la chaya; si hablar de violencia de género no se salía de lo requerido; quién era Marcedes Coni Molina la “polémica” autora premiada; y muchos otros interrogantes que hicieron ruido a la hora del análisis.

Pero otro grupo en cambio nos asombramos y preguntamos porqué irrita tanto un relato que nace de las extrañas, que habla de un flagelo social tan viejo como actual y que desnuda otra cara de una fiesta popular e identitaria.

Creo que deberíamos empezar por preguntamos porqué la violencia de género se cuela en cuanta rendija encuentra, como un mural callejero, una muestra artística, una marcha o un concurso literario.

La violencia machista no es una moda y el repudio a ésta al igual que la demanda de igualdad de derechos existen desde siempre. Sucede que el trabajo incansable y sostenido de muchas feministas y colectivos logró en el último tiempo poner en agenda (política, mediática y social) un tema que merece ser hablado y abordado. Y tal vez lo que sí cambió en muchos lectores y lectoras (siguiendo la disciplina artística que nos convoca) es la receptividad para hablar de estos temas. Y en otros y otras no, claro está.

Las bases del concurso que hasta la premiación nada tenía de polémico, invitó a l@s participantes con una consigna clara: “hacenos sentir en un cuento breve los olores, las texturas, los sonidos,  que sobrevuelan nuestra tierra en estos días (…) Que los personajes de tu historia la vivan, la necesiten, o la quieran olvidar…”

Pintura de Susana Maltese

Porqué cuesta tanto entender que un jurado decida premiar un texto que pone en el contexto de la chaya esa violencia que atormenta a muchas mujeres. Porqué no pueden entender o aceptar que para muchas mujeres la chaya es el preludio de esa violencia que será justificada al varón que tiene derecho a someterlas en estado de inconciencia; y que no es la harina, la albahaca, y el folclore. Está claro que vivimos en una sociedad que absuelve al violento que comete esos delitos porque “estaba en estado de ebriedad”. O que atribuye los «excesos» sexuales, violentos y misóginos al alcohol.

Entre tantas personas del mundo artístico que opinaron, la cantante de folclore Natalia Barrionuevo abrió fuego en sus redes sociales sentenciando que se premió “algo (que) no tiene esencia, que no habla en si del febrero que vivimos? Hay tanto por decir y contar, y elijen lo que mancha”.

¿Alguna vez se habrá preguntado la artista qué sienten las mujeres que son sometidas en época de carnaval, mientras una parte de la sociedad abúlica justifica lo que el sistema patriarcal nos enseñó a naturalizar? ¿Y se habrán preguntado todas y todos los que condenaron al microrelato ganador por “mal gusto” o porque “no representaba la esencia de la chaya”, si realmente la esencia o el gusto es algo universalmente compartido?

¿No se detuvieron por un segundo a pensar que la esencia puede estar determinada por las experiencias que nos marcan? “Que los personajes de tu historia la vivan, la necesiten, o la quieran olvidar…” decían las bases del concurso literario sobre la chaya. A veces, o casi siempre, es más fácil sentenciar desde la cultura y moral de nuestros zapatos.

Afortunadamente hace un buen tiempo que las discusiones sobre la violencia machista y las desigualdades rompieron los muros de contención donde históricamente se alojaron (espacios académicos y militantes) para instalarse en la cotidianeidad, en la conversaciones de amigxs y familiares, en el periodismo y las escuelas; en las editoriales, en el cine, en las salas de pintura, en el teatro, en las canciones, en los cuadros.

Desde el surgimiento del “Ni una menos” hace ya casi tres años, la visibilización y discusiones sobre este flagelo social que nos está matando se multiplicaron en muchos ámbitos. El arte nunca fue ajeno a esas necesidades que demanda la sociedad porque para eso está, para generar reflexión, discusión y también políticas si pretendemos que algo cambie.

En este 8 de marzo, día de lucha y concientización, bienvenidos sean todos los microrelatos que nos ayuden a entender de qué se trata la violencia machista, a dónde se esconde, y de qué formas.

Yo Mujer 

Cómo odiaba el sonido de los coyoyos. No porque anunciaran la llegada del verano, sino que eran el preludio del Festival.

Los coyoyos chumados de algarrobas.

El hombre se iba a buscar changas y volvía impregnado del olor a vino, se tumbaba en el catre, la boca entreabierta, roncando. Entonces, hurgaba en sus bolsillos buscando una moneda que nunca hallaba.

Ojos enrojecidos, agrio el aliento, hediendo el cuerpo, me sometía allí donde yo estuviera.

Años lavando ropas enharinadas y suciedad de muchas noches.

Una mañana, volvió de la Chaya y del rancho encontró solo cenizas. Mis huesos nunca los hallaron”.

(Yo Mujer, microrrelato ganador del concurso “Te cuento la chaya”).