Pueblos Rojos

De Chilecito a Villa Unión o viceversa, uno se adentra en el cruce natural por entre las laderas más impactantes y accesibles de la orografía argentina.

Escribe Poly Badoul – PUENTE ALADO


Ir a Cuesta de Miranda, no significa visitar 12 kilómetros; mucho menos circunscribirse a la caprichosa división política de los Departamentos que la comparten como límite.

Implica preparar el espíritu para disfrutar de un ícono de la geografía nacional, la representación contemporánea de las grandes obras viales de la historia de la humanidad: la Ruta Nacional 40.

Al azar voy a tomar el sentido ascendente de su numeración: desde Villa Unión, Km3866. Dejando a nuestra espalda (oeste), la fabulosa coloración bermeja de su río (Bermejo)  y de la Sierra de Maz, para internarnos de lleno a la formación geológica sedimentaria de Miranda.

En suave ascenso, algún peñasco con forma de avión nos indica que vamos al “Puerto Alegre”, antiguo paraje de construcciones de adobe a lo largo de la ruta. Su nombre dimana de antiguas reuniones de arrieros. Ellos hacían posta para dirigirse hacia los potreros de engorde de Villa Castelli, Vinchina y Jagüé o tomar dirección hacia Pagancillo y Huaco, con punto final en Chile. Puerto, por punto de reunión, alegre por músicos que aliviaban la ruda labor de los arrieros. Asiento también del legendario “Pancho del Puerto” o “Pancho de la Cuchilla”, famoso curandero que leía las “Ishpas”(orín), indiscutido y genuino médico criollo.

El camino serpenteante penetra los rojos sedimentos de la formación, que a esa altura, son un mundo imaginario de castillos, caras, monstruos, cavernas… figuras que la erosión, en connivencia con luces y sombras, presenta a cada costado.

La travesía representa la división natural de la Sa. del Famatina -al norte- y la Sa. de Sañogasta al sur.

Un imbricado recodo de la Cuesta Colorada, en cuya margen la piedra se inunda de surgientes de agua, para sumirse entre la huerta de Piedra Pintada, los algarrobos centenarios y los corrales de quincha y adobe.

Pronto se abre una panorámica multicolor con el fondo de la Sierra de Sañogasta, las estribaciones anaranjadas de Talampaya y el rosa violáceo de la formación por la que transitamos. Es que estamos llegando a las Higueritas km3810, donde, por un atajo de ripio, compartimos la paradoja de poblaciones que increíblemente superviven el aislamiento. Es que en esa soledad radica su encanto: Patillos, Carrizal y casi contra la sierra, centrado en laderas de fuego, El Cardón.

La dureza de la vida montañesa, se contrapone con la dulzura de su gente, amables anfitriones que comparten su “casi nada” con cada forastero. Hay que caminar su río para premiarse con su cascada transparente que baja de los cerros rojizos.

Cerca, nucleando estos parajes, se encuentra Aicuña, cuyas calles están demarcadas por anchas pircas, límite de las plantaciones de nogal. Entre los minifundios, va tomando forma el pueblo, sendas serpenteantes y miradores desde los morros circundantes. Uno de los centros de encuentro es la Hostería La Casa, donde, además de alojamiento, ofrecen la esmerada gastronomía criolla con agregados gourmet, una grata sorpresa.

De regreso a la Ruta 40, la permanente secuencia de los farallones colorados va contrastada con algunas colinas oscuras y cielos, que tienen un profundo celeste.

Los Tambillos es el  anticipo de otra cuesta conocida como “de las Trancas”, en cuya ladera hay una grieta vertical muy estrecha, que los lugareños conocen como “El Zaguán”. Los arrieros solían tomar esta larga quebrada como un corral natural, donde hay hermosas olladas de agua cristalina. Cerraban su paso en ambas puntas, con palos (trancas), de ahí el nombre de este pedazo del periplo.

Próximo caserío, El Siciliano, donde el río se hace ollas. Es un portal, entre cuyos laterales rojizos se yerguen altos álamos, cual pilastras. De fondo el nevado azul del Alto Blanco (5400msnm) que remata a modo de travesaño.

Estamos a punto de ascender la Cuesta de Miranda, en el km3824. A esta altura, predomina el rojo intenso y la vista de Talampaya se hace precisa, relevante, inconfundible.

Entre curvas y contracurvas, surge el punto alto de 2020m donde se ingresa al Valle Antinaco – Los Colorados. Habrá que tomarse el tiempo para ir degustando con precisión las distintas curiosidades. La flora, compuesta de cardones, chaguares, jarillas y otras especies nativas, suele ser guarida de aves coloridas y bulliciosas. Es habitual cruzar cóndores, águilas moras, aguiluchos y halcones. También, con menos frecuencia, se puede ver chinchillones, zorros, liebres y muy rara vez, hasta un puma.

Pero la espectacularidad que hizo famoso a este itinerario, son las vistas desde la altura a los precipicios, que han sido perfectamente disimulados por una nueva y amplia carretera totalmente asfaltada, en una muestra de ingeniería importante que convive con otra obra fabulosa de 500 años atrás: el Camino del Inka, que puede divisarse por segmentos durante el viaje.

El rojo no es rojo, es violeta, es colorado, es naranja, es marrón, es negruzco. El granito gris, es un manto verde de vegetación, es un río sonando en el fondo de las quebradas, con un toldo de cielos diáfanos. Un trayecto escénico, donde la erosión, los quiebres, las sombras, muestran geoformas curiosas.

Entonces se llega a un puente que une una falla muy ancha, a una altura que supera los 25 metros, sobre el límpido y fresco río Miranda: La Pelea. Quebrada histórica donde se batieron los caudillos Juan Linares y Felipe Varela en 1868. Lugar de esparcimiento con espacio para camping o simplemente para refrescarse en el río, realizar caminatas y estar en contacto con la naturaleza.

El pueblo frutal de Miranda, antiguo reducto indígena llamado Pocle, donde la ruta invade el jardín de las casas y los frutales se yerguen entre el río y las elevaciones de las sierras. Pronto aparece Sañogasta, envuelto en un microclima provisto por una de las mayores vertientes del Famatina: El Bosquecillo. Su capilla MHN, fruto de la historia que dio el Mayorazgo más prolongado de la historia patria, siendo una Merced que mantiene intactos rituales ancestrales.

Finalmente, el km3870, marca el arribo a Chilecito, al pie del Famatina (6250m)

Sea que visite este circuito de oeste a este o viceversa, que lo haga a la mañana o a la siesta (siempre contando con buena luz), habiendo previsto carga de batería y espacio en las memorias de teléfonos, máquinas de foto y con los sentidos dispuestos, los pueblos se grabarán al rojo vivo en sus recuerdos, llevándose una experiencia inolvidable del centro oeste de la Provincia de La Rioja.


Viernes 23 de febrero de 2018